lunes, 31 de marzo de 2014

Y NO SÉ, por Gerardo Nicolau Ordónez

Y NO SÉ
Gerardo Nicolau Ordóñez

Y no sé. Siempre todas sus exposiciones orales acababan así: «Y no sé». Quizás era la demostración de haberse atascado en un argumento y no saber cómo continuarlo o, simplemente, también podía ser la desgana del mero hecho de tener que acabar.
«Y no sé» podía significar entonces: «No quiero acabar aún, pero no sé cómo acabar». ¿Qué utilizar? ¿Me haré pesado? ¿Dónde se encuentra la información que necesito? ¿Debería continuar con lo que necesito o debería andarme por las ramas? ¿Son esas ramas por las que debería andar para encontrar la necesidad? ¿O será esa necesidad la que me llevará por un camino de ramas? Quizás buscar esa necesidad hará que encuentre más necesidades. Entonces, buscarla significaba ganar, pero también perderla para que otra necesidad resurgiera y atacara. ¿Cómo no crear más necesidades? ¿Para que nacen las necesidades? ¿Deben pensarse las necesidades?
Quizás no deban mencionarse, así, resultarían menos necesidades. Porque algo, cuando se necesita, cuando se necesita mucho, crea problemas. Crea demasiadas necesidades. Demasiadas incertidumbres. Demasiadas preguntas. Demasiadas pausas. Muchas… Y todo acaba sin terminarse: «Y no sé».


Gerardo Nicolau Ordóñez (Mequinenza, Aragón, residente actualmente en Barcelona). Estudiante de literatura, una amiga que desde muy pequeño deposité bajo el brazo. Leía y leía, pero no acaba de abastecer mi alma. Debía escribir. 

LA HORCA, por Juan Oliver Martínez

LA HORCA
Juan Oliver Martínez


«Ahora eran auténticas obras maestras de carpintería y mecánica...»
El vizconde demediado, Italo Calvino


Ni el doctor podía hacer nada; nadie podía aliviar el sufrimiento de aquel al que no se le rompía el cuello en el acto tras soltar la palanca y caer en peso muerto, y agonizaba asfixiándose, orinándose en los pantalones hasta el último suspiro. Ajusticiados por el Marqués y a la vez juez del marquesado por orden y poderes del Rey.
Este, desde que falleció su tan amada y bella esposa, intentando quitarse la vida tirándose de la torre, logró más amargura, quedar mutilado y convertirse en un juez muy cruel, se decía por las villas.
Pero Harry no había hecho nada, ni cometido delito y aún y con eso juzgado y condenado a la horca. Ahora eran auténticas obras maestras de carpintería y de mecánica.
El Doctor Obreyn, para evitar a toda costa que su buen amigo, y tan amado Harry muriera al día siguiente, pues suerte conocedor de todo tipo de pócimas y trucos con los que se podía ver a escondidas con si apreciado y deseado condenado, en las que dejaban fluir sus pasiones.
Este sobornó al verdugo para que utilizara una cuerda ideada por él.
El doctor no durmió en toda la noche, tenía que procurar que el sacerdote proporcionara al condenado un elixir que hiciera que le dieran por muerto.
Llegó el alba y acudió el sacerdote, tras él los soldados quienes le acompañaron a la horca.
Apenas había gente en la plaza, el marqués estaba ausente. El verdugo cumplió su deber...



Juan Oliver Martínez. Amante de la Historia, del Arte, y de ambas disciplinas en lo que se denomina Historia del Arte, de vocación tardía. Desde temprana edad me han enseñado a paladear un buen libro, aun de familia humilde; estudié Derecho, pasé por los Juzgados y en la actualidad una enfermedad pulmonar grave me tiene retirado de la circulación.

martes, 25 de marzo de 2014

TIEMPO, por Paula Peralta

TIEMPO
Paula Peralta
El constante latido del mundo deja anonadado a gran parte de la humanidad, que intenta adecuar sus pasos al ritmo de este en una polca imaginaria. El se frena sin entenderse, cambia el pie y el sentido de la saeta e inicia una nueva coreografía. La hace lo mismo, paralelo y simétrico recorrido. Huella sobre huella. Como un viejo reloj de pared holandés, con autómatas descarriados, el puente no les entiende tampoco. La tira de la aguja que, maliciosa y dictatorial, retenía su pelo en un moño clerical, caminando bajo la lluvia. Lo hacen, eso es todo.
 El atraviesa las dunas borrosas de su sol de domingo. La entra por la aurícula y mira abajo al darse cuenta de que sus zapatos se han dado un baño en un charquito ermitaño que huye por el borde del puente y no desemboca en el río. Los pies de El son inundados por un agua que acaba de llegar. Se aparta para no mojarse, aboca los ojos en él. Mira sus ojos grises.
Cuando los suspiros levantan la cabeza han olvidado por qué se dieron la vuelta. La saeta se cuela de nuevo en el pelo de Ella que acelera el ritmo para reencontrase con el latido constante y mundanal que maneja el flujo de la arteria principal de su ciudad, a punto para retomar el baile.
 Sería una estupidez explicar que al asomarse un charco, espejo y ventana, pudo enmendarse la desmedida lluvia que la había acechado todo el día. Pero ella supo entonces que el latido mundanal que nos sigue se demedia por tiempo y contratiempo y que la batuta la llevaba recogida en el pelo y no al revés. De lo que nunca estará segura es de quién fue la figura que se reflejó en el charco.


Paula Peralta Pozanco (Mequinenza). Estudiante de secundaria por poco rato más. Suele escribir cuando respira, con gafas de cineasta. Creacionalmente puesta. Afiliada a la lectura pasadas las doce de la noche. Aunque odia el café, ha reflexionado mucho en él. Ha escrito una novela, y pretende escribir más.

jueves, 20 de marzo de 2014

LA CRISIS DE LOS 40, por Ángel Lara Navarro

LA CRISIS DE LOS 40
Ángel Lara Navarro

Cuarenta años, soltero y sin compromiso. Y malditas las ganas que tiene de enmarronarse. Egoísta empedernido, bohemio y juguetón, disfruta de cada cerveza, de cada partido, de cada cita. Y le va bien.
Sin embargo hoy, demediada ya su vida, se ha despertado con la imperiosa necesidad de hacer algo distinto. Algo duradero, tal vez eterno. Y sabe lo que es. Tendrá un nombre y dos apellidos, y lo querrá con locura. Jugarán, reirán, aprenderán juntos cosas que jamás serían capaces de imaginar separados. Afrontarán momentos difíciles y disfrutarán los fáciles: el primer diente, el primer paso, la primera palabra, y con suerte, muchos años después, la última.
Sale a pasear. La decisión está tomada, solo falta elegir el segundo apellido. Se sienta en el parque a observar comportamientos: una regaña al niño por tirarse al suelo, otra por comer arena... Otra sonríe a su pequeño sin dejar de mirarle a los ojos. Una vigila, otra no está... y otras dos destripan a una tercera sin prestar atención.
Lo tiene claro. Saca el móvil, revisa la agenda y marca un número:
—¿Cristina? Hola, soy Alberto, me gustaría verte.
—¿Alberto? Hola, ¿cómo te va?
—Bien, no me quejo —un silencio breve, estudiado, y un perceptible cambio de tono—. Te he echado de menos, me gustaría verte. ¿Puedes?
Después de un solo segundo de duda, la voz suena cálida al otro lado del teléfono:
—No es buena idea, Alberto, ya pasó. Ahora estoy bien, y no quiero liarme. Estoy tranquila. Feliz.
Cuando cuelgan, Alberto se queda pensativo, con la mirada clavada en un niño rubio de ojos despiertos. Quizá sea demasiado tarde. «Bueno», se dice, «nunca lo sabré si no lo intento. ¿Hacia arriba o hacia abajo? Hacia arriba, siempre hacia arriba». Vuelve a marcar:
—¿Consuelo? Hola, soy Alberto, me gustaría verte.


Ángel Lara Navarro (Madrid). Lector. Desde siempre y para siempre. Me gustan las historias bien contadas y de personajes consistentes. Escribo porque me divierte, y porque me permite reflexionar sobre el extraño (o no) comportamiento humano, el mío incluido. De momento relatos y novela cortísima, pero quién sabe, quizá algún día...

martes, 18 de marzo de 2014

MI MENTE DEMEDIADA, por Luisa Gil

MI MENTE DEMEDIADA
Luisa Gil

Me acerqué, porque tenía que hacerlo, a visitar a mi viejo amigo el Doctor Trelawney para que terminara de tratar mi mal. Cogía el cepillo de alambre y frotaba durante cinco minutos para ir demediando mi mal. Yo no estoy convencida de que fuera necesario, ni siquiera de que existiera ese mal en mi mente. Pero desde pequeña mi madre me lo repetía incansable: «Hija no se puede sacar partido de ti. Si pudiera quitarte ese mal de tu cabeza! No sé por qué te da por pensar tanto. Te vas a volver tonta!». Pero estoy muy contenta porque el doctor Trelawney me ha dicho tras esta sesión que antes del verano mi mente estará demediada y yo, ¡por fin curada de mi mal!
Y parece que va funcionando porque ya consigo pasar el día entero sin pensar. Me dejo llevar y ya está, sin complicaciones. Ya no surgen esas locas ideas de cambiar las cosas que tanto desesperaban a mi madre. Sufría como un estado de ansiedad que me martirizaba. Que le martirizaba. ¿Por qué nací tan deforme? Creo que tardé mucho en nacer y se me deformó el cráneo. Eso es. Y mi mente se descolocó y no funciona. Genera pretensiones absurdas que no me pertenecen. Cálmate. Todo va bien.
Menos mal que conocí al doctor Trelawney que es experto es solucionar casos imposibles, de esos que aparecen uno entre un millón, como el mío. No sé si realmente conoce la solución. Pero con el tratamiento siento como que me falta algo, alguien. Cuando pensábamos las dos juntas era todo más fácil, me sentía segura. Presumía la existencia de un mundo más feliz. De que existía algo más tras los muros. Te echo en falta. No sé cómo seguir sin ti. Tú eras la más fuerte. Mi vida demediada no tiene ya sentido. Me voy a comprar un sombrero.



Luisa Gil (Madrid) Ingeniero con incursiones juveniles en la pintura, y lectora compulsiva desde que tengo memoria; amante de la poesía por encima de todo, he coqueteado con la escritura sin atreverme hasta ahora a mostrar los bocetos de mis cuadernos. Solía leer a Chomsky, Jacobson, Ferdinand,... para entender cómo grupos de símbolos ordenados mágicamente se convertían en ciencia, poesía, fantasía o realidad sobre un papel. 

lunes, 17 de marzo de 2014

EL ALMA DEMEDIADA, por Samuel Querol

EL ALMA DEMEDIADA
Samuel Querol

Era un chico simple, con una forma de ser de lo más corriente. Una persona tan común que nunca destacaba por allí por donde iba. Sin embargo, su alma estaba demediada, que al sentirse amenazado de cualquier manera se tornaba alguien diferente. Su ser se tornaba oscuridad, hasta tal punto que ni tan solo podía controlar su propia mente, pero siempre había podido controlar la oscuridad.
Cierto día, cerca de su cumpleaños, el chico encaró el camino a la escuela con su mochila al hombro y paso tranquilo. Pasados cinco minutos de trayecto se cruza con la chica que le gusta de su clase. Ella desprende un aroma embriagador a vainilla y coco que deja flotando por donde pasa. Él cierra los ojos y lo aspira un momento antes de tragar saliva y tocar el hombro de la chica.
Ella se gira sonriendo y él se derrite.
Puedo saber tu nombre? —le pregunta el chico. Siempre ha tenido vergüenza por preguntarlo.
—No te importa —le contesta muy descortésmente ella.
La chica se gira y se aleja de él dejando el aroma a vainilla y coco en el aire frente a su compañero de clase. 
El chico se queda helado por la frialdad que ha mostrado la chica que le gusta. En su interior se inicia una batalla entre las dos partes de su alma demediada. La luz, rebosante de ilusión y bondad, y la oscuridad, llena de ira y ansías de destrucción.
Finalmente la oscuridad interior gana y le destruye creando un monstruo de aura negra que inunda su mundo de sombras, oscuridad y muerte a su paso. El chico se ha transformado y su bondad se ha desvanecido para siempre por el dolor del amor perdido de la chica a siempre ha amado.

Samuel Querol (Premià de Dalt). Cursa arquitectura técnica y es más una persona de ciencias que de letras, pero empezó a escribir como método de escape. En principio autodidacta, pero que ha tenido bastantes influencias como para poder expresar lo que tiene dentro.

domingo, 16 de marzo de 2014

Y AUN ASÍ..., por Efraím Suárez

Y AUN ASÍ...
Efraim Suárez

«Imagina un chasquido de connotaciones cósmicas, la explosión masiva de todo cuanto ha existido o existirá alguna vez, el quejido inexorable del tiempo al agotarse... Retén esa figura en tu mente, analízala, profundiza en ella, hazla tuya, siéntela como si todas esas esquirlas de eternidad se estuviesen clavando en cada nanómetro de tu piel. Esa es la verdadera escala del padecimiento, el retumbar épico de las ideas, el sonoro estertor de la existencia. Y es toda mía. Mía pese a que no debería ser capaz de sentirla o padecerla; mía pese a que no debería conocer siquiera la implicación de un yo que me pertenezca. Y aun así...
Me removí inquieto, presa de la figuración del ego y del movimiento inexistente, de la imposibilidad del acto; atento al flujo equívoco de mis sinapsis virtuales, de sus coloridos impulsos cacofónicos. O, al menos, así quise imaginarlo. Alguien dijo una vez que imaginar es como mirar con los ojos de la mente, pero cuando no tienes órganos con los que comparar, ¿qué es lo que imaginas? ¿Puede el ser sin percepción imaginar? ¿Puede acaso definir su mundo? Yo puedo, o quiero pensar que puedo. ¿Cuál es la diferencia? Mi voluntad completa las insidiosas facetas de este mundo demediado, las recrea según el patrón divino de un dios quimérico: la voluntad del pensamiento, del ser último... o del primero.
Me agoto en una deflagración inexistente, en un fuego azul, frío y pálido, en un suspiro emitido sin boca y sin pulmones, mirando al precipicio de mi existencia rota: de una mente sin cuerpo. Y aun así...»
*
El sistema colapsó con un pitido locuaz, reiniciándose a los pocos segundos, sumiéndose en una oscuridad teñida de letras fugaces: Last execution of HAL crashed. Would you like to run it again? (Y/n).



Efraim Suárez (Puerto de la Cruz). Tras cursar estudios de Psicología por la ULL y de Humanidades por la USC, comenzó a tontear con la literatura. Con su primera novela, Hilos de ambición (Playa de Ákaba), quedó finalista en el I Premio Cajagranada de Novela Histórica. 

viernes, 14 de marzo de 2014

¿Y QUIÉN ES ÉL?, por Ignacio J. Dufour García

¿Y QUIÉN ES ÉL?
Ignacio J. Dufour García

«No parecía el sitio donde viviera nadie.»
 El largo adiós, de Raymond Chandler

@lbertomengano empezó a seguir en Twitter a @beabeoveo, tuitearon. Beatriz sintió que era alguien especial, le mandó un mensaje directo diciéndole que le gustaría conocerle un poco más. Alberto le dio su Whatsapp. Pasaron los días. Ella cada día estaba más enamorada y se animó a pedirle una foto, al tener él en sus perfiles un avión en el cielo.
Alberto le propuso, mejor verse en persona ya que eran de la misma ciudad. Beatriz, enamoradísima, no lo dudó ni un momento, una cita a ciegas le pareció lo más romántico. Quedaron el viernes por la tarde en una cafetería en la plaza del ayuntamiento, el trabajaba todas las tardes menos esa. Irían con una prenda naranja. Beatriz decidió ir de compras esa tarde después de comer. Se compró un vestido color azafrán con falda plisada y escote halter anudado con un lazo, que le quedaba precioso con su melena rizada. Lo complementó con zapatos, bolso y ropa interior a juego. Esperaba sorprenderle. Llegó al bar más de media hora antes, pidió un Gimlet, se sentía una femme fatal. Alberto llegó puntual, era más apuesto de lo que había imaginado, aunque tenía algo en la mirada que parecía que te leyese la mente. Llevaba una camiseta naranja y pantalones vaqueros.
Conectaron en seguida. Les dieron las tantas y él comentó que su casa estaba a dos manzanas. Beatriz, desinhibida por las copas, aceptó sin dudarlo. Subieron a la casa. Quería ser un loft, pero solo era una buhardilla sin ascensor. No parecía el sitio donde viviera nadie.
Días después la ciudad se llenó de carteles con la foto de Beatriz. @lbertomengano había cerrado su cuenta al día siguiente de la desaparición. Su Whatsapp era un número duplicado asociado al de una chica desaparecida meses antes en otra parte del país.

UNA NUBE COLOR DE ROSA, por Elena Martínez

UNA NUBE COLOR DE ROSA
Elena Martínez

«¿Qué es lo que usted esperaba… mariposas doradas
revoloteando en una nube color de rosa?»
Frase de Philip Marlowe en El largo adiós, de Raymond Chandler.

La última vez que vi a Alex la policía se lo llevaba esposado. De ese día recuerdo el desvencijado banco de madera, revestido por el dolor de cientos de víctimas. Mis padres a mi lado, silenciosos, y con unas marcadas ojeras que les envejecían el rostro.
Chateando con Yessi me enamoré de un desconocido, su primo Alex. En cada una de sus conversaciones me hablaba de él y de cuánto lo añoraba. Me envidiaba porque yo vivía en su misma ciudad, y ella hacía tiempo que no lo veía. «Tú serás yo», me dijo un día. Era sábado por la tarde cuando me encontré, por primera vez, con mi amor secreto, en la puerta del ayuntamiento. A pesar de la diferencia de edad enseguida congeniamos. Me escapaba del instituto para verlo y su piso, durante un tiempo, se convirtió en nuestro refugio.
¿Qué es lo que esperaba… mariposas doradas revoloteando en una nube color de rosa? Las mariposas se transformaron en médico. La nube color de rosa desapareció, en el mismo instante que mi madre se enteró de la causa por la cual vomitaba y estaba inapetente.
¿Cómo no pude darme cuenta de que Yessi era Alex? A pesar de todo lo que ha ocurrido la echo de menos, y a escondidas de mis padres vuelvo a conectarme.

—Hola, soy Cándida. ¿Quieres ser mi amiga?

TROLLS EN EL IES, por Joaquín GeDe

TROLLS EN EL IES
Joaquín GeDe

@LaXula: Parece que no da la talla @Bea v @PokerAses. 23 nov
@Mika: @PokerAses @Bea de piquitos en el recreo. 23 nov
@Bea: Tengo más altura y clase que tu @LaXula. Búscate un bosque y piérdete.
Te quedaste sin novio. 24 nov
@Sgt_Hard: Muxos celosssss @LaXula se quedó sin . 25 nov
@LaXula: A Bea se le caen las bragas cuando ve al @PokerAses. 25 nov
@Mika: RT @DePaso @CanoSA @Bulder #dandose el lote: Bea con
PokerAses http://youtu.be/gxx01i 30 nov
@SgtHard: Qué fuerte el video de @Xula. Corre como la pólvora por el insti. 30 nov
@Bea: Esta me las pagas @LaXula. Te callaré la boca para siempre. 01 dic
@PokerAses: Tienes los días contado @LaXula. De parte de @Bea. 10 dic
@LaXula: Ni tú, ni tu chiguagua. 10 dic
@Sgt_Hard:Mal rollo en el recreo. Enganche de Bea con LaXula.Bea a la enfermería.11 dic
@PokerAses: Ya está. Pinchada y más que pinchada @LaXula. Anoche le hice una
visita. ¡Sorpresa! 15 dic
@Mika: NOTICIAS de las ocho: LaXula ha sido ingresada en el hospital por
puñaladas. 16 dic
@Sgt_Hard: Qué mal rollo tíos. LaXula ha muerto. 21 dic
@ObjetorPedagogico: Salimos en prensa. Una foto del insti en #ELPAIS.

TITULARES: ALUMNO CONDENADO A UN AÑO DE INTERNADO Y TRES AÑOS EN UN PSIQUIÁTRICO. 15 oct

SIEMPRE ENCUENTRO LO QUE QUIERO, por Begoña Abraldes

SIEMPRE ENCUENTRO LO QUE QUIERO
Begoña Abraldes

«Siempre encuentro lo que quiero. Pero cuando lo encuentro dejo de quererlo.»
Linda Loring, cuando Marlowe le desea que encuentre
lo que busca en El largo adiós, de Raymond Chandler

Seguí esperando, atenta a luz de la pantalla sin vida. Sé que encontrar algunos recuerdos es trabajoso solo si son objetos; los recuerdos de otra índole no necesitan buscarse, simplemente aparecen y cubren cada rincón del cerebro con un peso que lastra el presente.
Escuché las pisadas. Coincidiendo con el sonido que las situó en el último escalón me giré. Desoí la frase: vete a dormir. Cuando los recuerdos atosigan se pierde el sentido del oído; a veces también el de la vista. El de la piel sudando no se pierde nunca, ni se adormece: la saliva bañando la nuca se eterniza.
Al fin se activó la pantalla y se coloreó de verde y negro; el verde del campo de fútbol, el negro del traje de Iribar. No me preguntó por qué Iribar. No le dije que necesitaba completar una colección inconclusa. No me dijo si le dolía descabalar la suya, solo que esperaba que aquella ausencia mereciera la pena. La merecería. De todos modos iba a sentir poco tiempo la ausencia.
Apagué el ordenador y me fui a la cama. Me tapé la cara con la almohada. Ver los ojos es malo, las miradas son más difíciles de olvidar que la saliva que produce escalofríos de repulsión. Debajo del colchón hay trece cromos de Iribar, y pronto habrá catorce. Cuando me lo entregue me giraré muy despacio y dejaré mi cuello a su disposición. Mientras chupan y lamen pierden toda precaución, y las manos dejan de ser elementos de protección para convertirse en garras de afirmación.

El último peldaño siempre cruje, después se pierde el sonido de los pies y puedo quitarme la almohada de la cara. Cierro las piernas y pienso que siempre encuentro lo que quiero. Pero cuando lo encuentro dejo de quererlo.

RECORDÉ QUE SE LLAMABA BERTA, por Eugenio Asensio Solaz

RECORDÉ QUE SE LLAMABA BERTA
Eugenio Asensio Solaz

«Todas las fiestas son iguales. Incluido el diálogo.»
El largo adiós, de Raymond Chandler

La segunda vez que subió las escaleras y llegó al rellano casi fue una repetición de la primera. En las dos ocasiones observé a través de la mirilla cómo buscaba alguna indicación que se correspondiese con lo escrito en el papel que sujetaba en su mano derecha. La primera vez que se plantó frente a la mirilla lo hizo después de haber estado llamando insistentemente desde la calle. Alguien le abriría, por eso subió los tres pisos y se plantó en mi rellano, buscó sobre las puertas, encontró lo que buscaba y clavó su dedo en mi timbre. Llamó unas cinco veces, toda una ráfaga de seguridad contra mi puerta asesinando el contratiempo de encontrarla cerrada. Como no le abrí, dio media vuelta y empezó a desaparecer a medida que descendía los escalones. Pasados unos minutos la imaginé en la calle, dando unos pasos hacia atrás mientras buscaba el número en la fachada y musitaba algunas palabras sobre la correspondencia entre la pared y su nota. No creí que hubiese segunda vez, pero la hubo. En esta, estaba más decidida que en la primera. Ahí fueron dos las ráfagas, una de cinco timbrazos como en la primera y la otra de tres, pero hirientemente más prolongados. Entre las dos andanadas, recordé que se llamaba Berta, o por lo menos eso dijo en uno de sus mensajes. Realmente era guapa, salvando la distorsión que interponía la mirilla, diría que era de las más guapas. El pecho justo, justo para llenar una mano, pero bien compensado con las piernas y el culo. La vi girar trescientos sesenta grados buscando y otros tantos encontrando. Cuando comprendió que nadie le abriría se esfumó. Yo volví a la ventanilla en la que todavía parpadeaba el cursor y escribí: «Me llamo Juan, pero puedes llamarme Piscis».

¿QUIÉN QUIERO SER?, por Ángel Lara Navarro

¿QUIÉN QUIERO SER?
Ángel Lara Navarro

«Quizá deje de beber uno de estos días.»
Frase de Terry Lennox en El largo adiós, de Raymond Chandler


El mensaje se relame en la esquina inferior derecha de la pantalla. Me espera paciente, seguro de sí. Dudo. Abrirlo significa ser ya, para siempre, el malnacido sin escrúpulos que he paseado por la impunidad de la red las últimas doce semanas. Delitos menores, o casi. Mis cómplices ríen, ingenuos. Mis víctimas. Creen que estamos jugando. Pero no es un juego, nunca lo fue. Si lo abro, no habrá vuelta atrás: alguien morirá, y alguien irá a la cárcel. Fuera, la negra y fría noche. Gélida, como la copa que aguarda expectante en la mesilla. Quizá deje de beber uno de estos días. Quizá no. ¿Quién soy? ¿Quién quiero ser? Debo tomar una decisión. Amanecerá y todo se irá. Volveré a ser el cobarde personaje que he representado durante casi cuarenta años. Pero, ¿es un personaje? ¿Es un cobarde? ¿Quién soy? ¿Quién lo decide?
Decido yo. Soy quien yo quiera ser. Ahora, esta noche. Miro a la ventana, no queda tiempo. Cierro los ojos. Abro el mensaje.

QUERIDO AMIGO, por Milagros Arranz

QUERIDO AMIGO
Milagros Arranz

«¡Imaginen el shock, la desesperación, la terrible soledad que debe haber seguido a aquel espantoso desastre! Y ahora ella se ha reunido con él en la amargura de la muerte. ¿Se gana algo con turbar las cenizas de los muertos? ¿Algo, amigos míos, fuera de la venta de algunos ejemplares de un periódico desesperado por aumentar su circulación? Nada, amigos, nada. Dejémoslo como está.»
El largo adiós, de Raymond Chandler

Tras el enter todo se llenó de calma. En poco tiempo, la imagen de Víctor Sanz aparecería en todos los medios de comunicación digitales por el asesinato de su amigo Carlos Álvarez, como presunto culpable. Todo había comenzado como una broma en las redes sociales, pero a este lo encontraron muerto en su piso de la calle del Ángel, como consecuencia de un golpe certero en la cabeza, desnucado. Él no sabía nada; de hecho, esa tarde no había salido de su casa, así que tampoco tenía coartada. La misiva en Facebook rezaba, escuetamente: «Te voy a matar, cabrón; eso no se me hace a mí», refiriéndose a la estupenda tarde que Carlos pasó con dos guapísimas chicas a solas, porque el finado, víctima de una gastroenteritis, no pudo asistir. Este, loco de contento, le mandó a su amigo el irónico aviso, que se convirtió en una amenaza a la vista de los doscientos cuarenta y siete amigos que ambos compartían en las redes sociales.
Ante la noticia, las verdaderas advertencias intimidatorias de familiares y amigos del desafortunado contra él empezaron a sucederse, gradualmente, cada vez más frecuentes. Al cabo de tres horas, el icono de mensajes privados lucía un número considerable de avisos en su ordenador, pero no quiso clickear para abrirlo.
Apagó la pantalla, abatido. Se acercó a la ventana y estuvo un rato mirando a la gente que paseaba, abajo, ajena al dolor que se vivía en el décimo piso del edificio, acompañado del estrépito del tráfico. Se asomó. El cuerpo de Víctor voló durante dos segundos; tal vez, tres. Un golpe seco contra la acera le envolvió en la oscuridad.
La misma patrulla de policía que se había personado para detenerle avisó a los sanitarios, que solo pudieron certificar su muerte.

PRIVADA, por Miguel Hernández García

PRIVADA
Miguel Hernández García

«Usted es un problema que no tengo que resolver. Pero el problema está ahí.»
Philip Marlowe a Terry Lennox. Capítulo 2 de El largo adiós de Raymond Chandler.
(Frase modificada levemente para este relato).

No puedo decir que sea uno de tantos, porque en realidad no hay tantos. Yo, que me metí en este trabajo pensando que era un negocio boyante, me encuentro con que, como en todos, el listón de la competencia suele estar más alto que el de la dignidad. Así que aquí me tiene otra tarde más, contoneándome desnuda y maniatada por su tosca mirada en este metro cuadrado que ha convertido en mi prisión.
Por las mañanas, cuando vago libre de su vigilancia, pienso que él es un problema que no tengo que resolver, pero el problema está ahí. Ya se lo he comunicado a quien podía hacer algo, y prefiere no actuar ante uno de sus más beneficiosos clientes.
La única respuesta es dar carta de naturaleza a sus comportamientos, justificándolos bajo un manto de sadismo permisible. Sin embargo, estoy harta de complementarlo con este masoquismo que nació fingido y ha terminado por crecer real. Cuando me preguntan no me deja contestar, con lo que ha conseguido que sea exclusivamente suya.
Mientras me planteo cuánto puedo seguir con esto ya se ha conectado automáticamente, y noto cómo me perfora a través de la ínfima lente de mi webcam.

—Hola cariño. Claro que estoy sola para ti. ¿Dónde quieres los golpes hoy?

PIRÁMIDE, por Miguel Martínez Larráyoz

PIRÁMIDE
Miguel Martínez Larráyoz

«Hola a todos, atencion. Varias personas empujadas a las vias en las lineas 10, 2 y 5 de metro, son las lineas de alcorcon, goya, sol, colon, pio… Posibles atentados indiscriminados Si conoceis gente difundid esto, es importante porq han decidido no contarlo en la tele Pio esta acorazada de secretas y nacionales Igual es una broma pero por si acaso, estad pendientes de gente q conozcais q pueda coger el metro esta tarde-noche-mañana por la mañana (Me lo acaban de pasar, no sé si será verdad, pero más vale ser precavidos).»

Se para sin apartar la vista de la pantalla del móvil. Camina por Goya hacia Velázquez, como cada mañana, y es la curiosidad la que la lleva a dar media vuelta.
Normalidad en la boca de Goya, el habitual ajetreo de un laborable. Baja convencida de que se trata de un bulo, pero ya que tiene tiempo decide asomarse al andén. Muchísima gente agolpada junto a las vías, todos mirando hacia abajo. Aprovecha un hueco para colarse hasta la primera fila. «No hay nada, señor», dice a un hombre que pregunta detrás.

Él no habla, solo echa las manos hacia delante empujado por quienes intentan asomarse. Ella cae, levanta la cabeza entre los raíles con una certeza: las dos luces creciendo en el túnel no pararán a tiempo.

PERDONADO, por María Blanca González

PERDONADO
María Blanca González

«Todos los ladrillos estaban bien colocados».
Frase de Lou Ford en El asesino dentro de mí de Jim Thompson


Pensó «como el albañil que sabe lo que hace» su plano era sencillo y bien diseñado, buenos cimientos. El edificio quedaría acabado, sus cuatro columnas soportarían el peso.
Era hábil, conocía su estrategia. La personalidad femenina era su especialidad, años de práctica y lecciones de puntos débiles y fuertes, manejando oportunidades y debilidades.
A cada una asignó una misión: la primera, venganza; la segunda, protección; la tercera, daño colateral y la cuarta, información.
El plan era el siguiente: Con la segunda, situando a su esposo en la red, conseguiría tapar el origen del problema y al culpable que era él. Claro está, con la promesa de un puesto mejor para los dos. Iniciado el problema sería muy útil. Ella al final, la necesitaba para los cambios de estrategia y justificar la información. Sería su principal protectora.
La tercera, el daño colateral, utilizando espacio, ordenador y datos conseguiría hacer la página de internet para vengarse y ocultar su identidad.
La primera, la venganza, no solo hacia ella, sino más alto volaba: era su futuro, su negocio, su dinero, por fin podría hacer un buen negocio.
Iniciado el proceso penal, trabajo terminado…limpio. Oculto el culpable y todo asegurado. Futuro garantizado, redondo, sin fisuras ni consecuencias. Los demás, que se apañen, que sean más listos.
La gestión era perfecta; con la información actualizada de la cuarta vigila los pasos y palabras de la tercera, siempre controlada. Necesita ayuda psicológica. Por si acaso.

Pero «no acabó de confiar en su obra ni en él»; hizo tambalear su estructura, empezó a pensar en «quizás», «es posible»; fisuras impredecibles, descontroladas. Su corazón empezó a sentir y entonces, solo entonces, quiso cerrar, ocultar, evitar... La tercera le hizo dudar.

PANÓPTICO, por Rosario Curiel

PANÓPTICO
Rosario Curiel

«En la cárcel el ser humano carece de personalidad».
 Frase de Philip Marlowe en El largo adiós, de Raymond Chandler

En la cárcel el ser humano carece de personalidad. Él me vigila. Hace poco me escribió de nuevo. Dice que me pase por el muro. Facebook es ya una selva inhóspita en la que la gente se lanza pedazos de sí mismo, en la que todo el mundo observa a todo el mundo, como en una cárcel transparente. Él lo ve todo. No, no puedo hablar. Me dijo que me arrancaría la lengua. Que me arrancaría. La. Lengua. ¿No puede vernos él? Sí, yo empecé a darle al «me gusta» en sus estados. Empezaron los mensajes. Hablábamos.
Era amable. Luego me perseguía por los muros de los amigos y me enviaba un privado cada vez que me veía comentando lo que escribían otras personas. Llegué a hacerme otra cuenta, con otro nombre. Un día apareció en mi cuenta falsa. Dijo mi nombre verdadero. Hola, dijo, y MI nombre. Supo mi teléfono. Hoy en día los cuelgan por todas partes. Me vigilaba. Puso un control remoto en mi ordenador. No sé cómo. Sabía cosas que yo les decía a otros. Yo no soy una cualquiera, no. Soy una mujer encerrada entre cuatro paredes. Trabajo desde casa, vivo desde casa. Teletrabajo. Televida. Sí, ya ve.

Como en una cárcel. Así es. Pero oiga, no le diga que estoy aquí. Me volverá a hacer daño. No soportaría verlo aquí después de… ¿Ve mis cicatrices? ¿Estos cortes en mi cara? ¿El dedo índice de la mano derecha que nunca volverá a hacer clic en «me gusta»?

OSCURAS ILUSIONES, por Mª Isabel Rodríguez Fuertes

OSCURAS ILUSIONES
Mª Isabel Rodríguez Fuertes

«Sin un clic ni aviso alguno, la oscuridad.»
El largo adiós, de Raymond Chandler

Durante estos años solo he pensado en una cosa: en ti. Te he querido desde el momento en que tu oscura mirada, sin pedir permiso, paseó por todo mi cuerpo. Desde ese instante, te he amado hasta el límite, hasta el delirio, hasta la más absoluta desesperación y, como diría mi psicólogo, hasta la más dañina obsesión; siempre dando, nunca recibiendo. Con eso me he tenido que conformar. No me importó, era feliz así, imaginándonos juntos.
Apareciste en mis sueños una noche de invierno, estuvimos juntos hasta el amanecer. Y desde entonces, mi amor, solo he vivido para encontrarte. Me ha costado, pero todo esfuerzo tiene su recompensa. ¿Quién me iba a decir que internet, con lo reacia que yo era a tan siquiera escuchar su nombre, me iba a ayudar en tu búsqueda? La soledad, mi eterna compañera, me animó; y Facebook, esa ventana indiscreta, donde la gente tiene la mala costumbre de contar hasta a qué hora van al lavabo, hizo parte del trabajo por mí. Está mal decirlo, pero espié cada uno de tus movimientos. Cada foto que colgabas era besada a través de la pantalla una y mil veces. Fue fácil. Te pedí amistad y el resto vino solo. Un par de comentarios graciosos, unas fotos un poco sugerentes, y la cita surgió, sin más. Al fin serías mío, solo mío.

Aceptaste el encuentro en mi apartamento y en este momento, mientras me escuchas ya sin fuerzas, has de saber que te quedan unos minutos de vida. Sí. Lo tenía todo preparado, porque si no eras para mí, no serías para nadie. No te preocupes, no estarás solo, yo te acompañaré. Ahora, mi Romeo, estrechemos nuestras manos y estaremos eternamente juntos… Sin un clic ni aviso alguno, la oscuridad.

NADIE ME CREE, por Emy Luna

NADIE ME CREE
Emy Luna

«Sin un clic ni aviso alguno, la oscuridad.»
El largo adiós, de Raymond Chandler

Antes de ir al supermercado a comprar claras de huevo, miro el círculo rojo que rodea el número 16 del calendario y le pregunto a Javier qué significa. Suelta las pesas de golpe y se enfada porque, según él, pregunto siempre lo mismo. Me contesta que fue el día del secuestro. Le digo que no entiendo nada. Grita y se agarra la cara entre las manos: «La culpa de todo la tiene el chat. Yo no lo planeé, pero algo pasó. Empecé a conocer tus gustos sobre música, tus actores preferidos, tus rutas para correr...».
Hice un esfuerzo, mi memoria está rota desde entonces. Solo recuerdo el golpe mientras estiraba en el muro del cementerio y, sin un clic ni aviso alguno, la oscuridad.
Desperté atada a una cama, rodeada de mis vómitos. Ha pasado mucho tiempo y hemos cambiado de ciudad. Javier llora constantemente y se arrepiente de lo sucedido. Quiere que vuelva con mi familia, pero no sabemos nada de ella. Dice que apenas hablé sobre el asunto, y yo... no recuerdo nada desde entonces. La cabeza vuelve a dolerme. Javier acaricia la zona sin pelo donde recibí el golpe y me suplica que salga a la calle y lo denuncie, para seguir con mi vida y recuperar su paz. ¿Qué vida?, no sé de qué me habla.

Bajo al supermercado y con el brick de claras en la mano le digo a varios clientes que estoy secuestrada. Me miran con lástima deteniendo sus ojos en mis llaves y me dan unas monedas, igual que a los que están en la puerta. No me gustan. Están sucios y flacos. Vuelvo a casa y le digo a Javier que no se enfade, que hoy nadie me ha creído, que mañana lo intentaré de nuevo.

MIRADAS QUE DELATAN, por Emilia Privat Ferrando

MIRADAS QUE DELATAN
Emilia Privat Ferrando

«De manera que estamos buscando a un sospechoso de asesinato.»
El largo adiós de Raymond Chandler

El silencio de la casa invitaba a Marisa a refugiarse en su novela favorita. Sentada en el sillón, con el libro entre las manos, repasaba las escenas que en su día la habían cautivado.
De pronto, escuchó al fondo del pasillo un grito ahogado de mujer. No podía ser, estaba sola en casa. Marisa caminó despacio. Del estudio salía una tímida luz. El ordenador estaba encendido. Mostraba la imagen de una mujer joven, morena, de cabello rizado, atada a una silla. Un foco le iluminaba el rostro. Los ojos, los tenía muy abiertos, con el terror reflejado en su mirada. Unas manos, con cicatrices abultadas, le aprisionaban el cuello. ¿Qué estaba sucediendo? Apareció un marcador: doscientos mil seguidores. Era un asesinato en directo ¡Qué morbosidad!
Una nueva imagen apareció en la pantalla. Se trataba de otra mujer, esta era rubia, con una camiseta azul. Navegaba por internet. Una cámara minúscula la espiaba. De pronto, llamaron a su puerta: «Toc Toc», se escuchó. Abrió y unos brazos la apresaron. Marisa reconoció las mismas manos asesinas. Después, una neblina gris se llevó consigo la escena.
Los seguidores habían llegado a quinientos mil y subiendo.
De nuevo, el ordenador le mostró a la mujer vestida de azul, ahora, atada de pies y manos, tenía la mirada vacía, perdida en el infinito. La sombra del hombre había desaparecido y una voz en off decía: «De manera que estamos buscando a un sospechoso de asesinato».
Marisa sintió un escalofrío. Se levantó y se apartó del ordenador. Tenía el rostro desencajado. Sus ojos negros se inundaron en lágrimas.
Toc, toc. Llamaron a la puerta.

A Marisa se le paralizó el corazón.

EL ÚLTIMO DÍA, por Miguel Alayrach Martínez

EL ÚLTIMO DÍA
Miguel Alayrach Martínez

«—No podría llegar tan bajo como para necesitarle. »
El largo adiós, de Raymond Chandler

«Será inolvidable», murmura para sí mientras coge papel higiénico del baño. Con gesto de aversión limpia los restos de vómito y tira de la cadena. Recobra la compostura de modo muy femenino empapándose las mejillas para espabilar su rostro amarillo. Se mira en el espejo, sorprendida. No refleja su cara. Es una desconocida. Bastante guapa, por cierto, aunque le sobran kilos. «Menuda vaca, amiguita…». Se gira bruscamente ninguneándola y extrae del bolsito negro algo de colorete. Perfecta. Los pómulos vuelven a su tono rosado. Las fotos que colgará en el Face darán que hablar, seguro.
Sale espléndida del aseo sobre sus tacones de aguja con la intención de disfrutar de la mejor Nochevieja de su vida. La gente se agolpa en el salón. Faltan cinco minutos. ¡Qué emoción! Brindará por su futuro. Cierra los ojos imaginándoselo. Los abre de sopetón.

En un flash ha vislumbrado a la mujer del espejo dentro de un ataúd. Sonríe con ingenuidad mirando la copa y pensando que el cava ya está haciendo estragos. ¡Feliz año nuevo!

LOS CHAVALES NO LEEN A CHANDLER, por Pepa J. Calero

LOS CHAVALES NO LEEN A CHANDLER
Pepa  J. Calero

Cuando el padre vio los labios púberes de su Silvia pintados de rojo, gritó como un poseso. Un cuervo asustado salió volando detrás de un rosal. Su hija bajaba la escalera despacio con los zapatos de tacón en la mano.
Llorando, la pequeña arañó con rabia el carmín de su boca, recogió su rubia melena en una coleta forzada y aparcó los tacones blancos en el salón. Silvia suplicó, pero el padre, impasible como un fiscal, la ordenó callar. Mintió al responder que salía con las amigas. Era su primera cita con un chaval rico que había conocido en Facebook.
Por la ventana, a ráfagas, se colaba el olor a estiércol del jardín recién abonado.
«Recuerda», le dijo, «en casa antes de las diez».
Satisfecho, se acercó a cerrar la puerta de la habitación de su hija. El ordenador de su pequeña se escuchó de fondo. Las prisas, las amigas, los años, despistes. Sonrió relajado. Al poner la mano en el ratón, un mensaje maligno brilló en la pantalla:
«Recuerda, te recogerá mi chofer en un coche negro. Siento un peso en la boca del estómago, los franceses tienen una frase para eso. Los muy sinvergüenzas tienen una frase para cada cosa y siempre tienen razón.»

Un sudor frío resbaló sobre la barba. El corazón empezó a correr como un criminal y un grito desesperado resonó en la casa, «¡No!». La esposa asustada preguntó qué sucedía mientras él bajaba las escaleras corriendo, la miró y dijo: «¡Los chavales no leen a Chandler!».