miércoles, 3 de junio de 2015

LA ENÉSIMA SALIDA, por Agustín Sauto

La puerta del despacho se abrió de golpe y se cerró con tal estrépito que temblaron los cimientos del Congreso
-          ¡Bellaco! ¡Felón!. ¡No te parapetes tras el sillón, Sancho,  que te de hacer picadillo! ¡Voto a rus!
-          ¡Cálmate Alonso!.- gritó Sancho mientras se movía alrededor de la mesa del despacho- Sosiégate, que nada malo he hecho.
-         ¡Que  no,  malnacido!. Has comprometido nuestro voto – le increpó el enjuto Alonso mientras le agarraba de las solapas del traje- ¿Eres ingenuo o corto de entendederas Sancho?, o … ¡Oh , no! ¿qué te han ofrecido?
-         Bueno, yo… La Presidencia de la Empresa Pública de Transporte.
-         -¿Otra ínsula necio?- Alonso, apenado soltó a Sancho- ¿no has tenido ya suficientes falsas promesas? ¿no han sido pocos los sinsabores de los falsos gobiernos?
-          Tienes razón Alonso , pero ya sabes que dádivas quebrantan peñas y que la carne es débil
-          ¡Déjate de refranes y dichos Sancho!
-          Pero la ley es buena y nos ayudará a salir de la crisis
-          No te justifiques Sancho que esa norma  sacrifica  a gente.
-          En beneficio de muchos.
-          Sancho amigo, tanto tiempo juntos y nada has entendido. Me pediste que dejara las armas y que siguiera con mi labor de desfacer entuertos y defender al débil  en el campo de la política y  con la discreción y la palabra en lugar de con la lanza y accedí. Pero sigo siendo andante caballero, aún sin espada, y una norma que deja  a los desfavorecidos  indefensos en nombre de otro interés convierte a este en espúreo, a sus redactores en malandrines  y a mí en su más encarnizado  enemigo.
-          A por ellos entonces, pero  que sepas Alonso que nos van a destrozar, nos  echaran a los medios encima, nos denigrarán, nos calumniaran, oiremos….
-         Nada nuevo bajo el sol Sancho. Te mantearon, nos golpearon en ventas y castillos,  los encantadores mudaron apariencias y se confabularon contra nosotros, nos encerraron, estuvimos en los campos de trabajo y cuantos penares más.  Echaran a los medios contra nosotros ¿y qué? Hablaremos y alguno nos oirán. Sancho llevamos cuatrocientos años  hablando y nos siguen escuchando y leyendo.
-    ¡Qué así sea Alonso! Y pido al cielo que nos sigan escuchando otros cuatrocientos años más.

lunes, 25 de mayo de 2015

EL CABALLERO DE LOS CARTONES, por Ángel Lara Navarro

—¿Y si lo vais dejando ya, héroes? Algunos queremos dormir.

La voz había salido de entre unos cartones amontonados junto a la pared de ladrillo del pasadizo de Plaza de España. Tres metros más allá, dos hombres, con la espalda apoyada en esa misma pared, bajaron la voz para seguir hablando. El más alto, delgado como un palo, parecía soñar despierto.

—Algún día seré famoso. Saldré en los periódicos... Y en eso del internet. Alguien verá todo el bien que estamos haciendo y escribirá nuestras hazañas. —Tenía los nudillos despellejados y un corte en la cara.

El otro le miró con lástima.

—Desengáñate, Alonso, a nadie le importa lo que les pase a cuatro putas y ocho inmigrantes.

—Princesas, Sánchez —volvió a levantar la voz—. Y mensajeros de tierras lejanas.

—Son despojos, Alonso, si le importasen a alguien no estarían así... Ni nosotros.

El alto negaba con la cabeza.
—El Caballero de los Cartones y su fiel escudero Sánchez. —Sonreía, pero no había burla en su gesto—. Nos haremos ricos.

—Deja de vacilarme y pásame el vino, anda —pidió Sánchez, alargando la mano.

Pero Alonso seguía en sus trece.

—Son personas, merecen algo mejor. ¿No me vas a ayudar? —Le dio por fin el vino y agotó su último cartucho—: ¿Y si te prometo una ínsula?

No muy lejos de allí, en el centro de la plaza, dos figuras de bronce escuchaban ateridas por el frío de la noche madrileña. Montaban un rocín y un asno, y sonreían para sus adentros.

miércoles, 13 de mayo de 2015

ME LLAMO RODERICH, por Luisa Gil

«…no hay para qué perdonar a ninguno,porque todos han sido los dañadores:
mejor será arrojallos por la ventana al patio y hacer un rimero dellos y pegarles fuego…»
Miguel de Cervantes
Don Quijote de la Mancha

Como cada tres meses se pasará por la oficina del SEPE para sellar el paro. Perdida toda esperanza de encontrar trabajo, y tras dos horas de rutinaria burocracia, sintiendo como le atrapa esa sensación de vacío, de estar desarmado, volverá a casa de su hermana, a una habitación prestada, para transformarse leyendo las novelas que le apasionan.
            Sin embargo hoy se ha levantado siendo Roderich, sus sentidos se han agudizado, el goteo del grifo del baño y la emisora de radio de la vecina le torturan el cerebro, el espejo le muestra la imagen de un espíritu amargado: unos labios de aspecto necrosado, unos ojos vacíos sin apenas hálito. Siente que golpean la puerta del cuarto de baño con insistencia, y un asomo de terror le incita a sentarse y mirar hacia allí fijamente.
            Después de tres días sin aparecer por casa, ayer se había presentado de repente, ya entrada la noche, con la ropa ajada y sucia y los ojos vidriosos. Ignorando a quienes le esperaban preocupados, con un marcado aire de lánguida desidia y sin decir palabra, se refugió, dando un portazo, en su habitación.
            «Esto se acabó, no voy a permitir que mi hermano se comporte como si fuera una aparición. La culpa de todo la tienen esos malditos libracos que le han vuelto el juicio» comenta a su marido mientras desayunan y, sin pensarlo, entra en la habitación, agarra los libros que encuentra y los lanza con rabia a la chimenea, la casualidad hace que uno de ellos golpee en un morillo, deshojándose y llevando la lumbre a la alfombra. Asustada al ver el fuego, corre y golpea la puerta del cuarto de baño donde él sigue encerrado. Como no abre, tienen que tirar la puerta y allí encuentran a Roderich sentado, con aspecto espectral, la tez pálida, la mirada perdida y los ojos fijos en la puerta. Un fogonazo en el pasillo abalanza a la hermana sobre él, momento en que el techo se desploma sobre ambos.
            Solo quedan unaspáginas chamuscadas donde antes se encontraba la casa: en una de ellas aún se distingue una palabra «Usher».

jueves, 7 de mayo de 2015

UNA BUENA PÓLIZA DE SEGUROS, por Ángel Silvelo

—Sancho, tú crees que saldremos de aquesta nueva afronta con lo que me propones. Porque si no conseguimos calmar los ánimos de estos bardos metidos a jornaleros de maitines no podré volver a Sevilla, y no hace falta que te diga que aquí nos engendraron, y nada me disgustaría más que vivir el resto de mis días en una ínsula Barataria. No sé si me entiendes—, le dijo D. Quijote armándose de razón.
—Bueno, señor, ya le conté cuál es mi plan. Solo le pido que me deje introducir nuevas formas a la hora de resolver nuestros antiguos problemas. Antes no existían estos papeles tan recargados de pomposas cláusulas y dinerarias razones. Si en nuestra época hubiésemos dispuesto de estas armas de papel, no tendría usted que haberse enfrentado a esos gigantes disfrazados de molinos de vientos, ni a un sinfín de caballeros que no eran ni andantes ni caballeros, por más que los viera tan claros en su mente. Y qué me dice de esa necesidad tan suya, de allá por donde pasaba, de restablecer justicias de amores e hidalguías.
—Ya, Sancho, dices bien, y razones no te faltan en lo que relatas, pero yo me atengo al pasado: cosas veredes. Y en eso estamos, desfaciendo entuertos, como siempre. Mírales, ahí están, dispuestos a sacar la imagen del Cristo en mitad de esta ciclogénesis explosiva que nos anuncia el cielo y corroboró hace unas horas el hombre del tiempo en televisión.
—Dejémosles imbuidos en su fe, y si finalmente deciden sacar el paso, cuando comience a llover nos acercamos al maestro cofrade y le damos el sobre. Ya sabe lo que me dijo el agente cuando me lo dio: la fe mueve montañas, pero para el resto, contrata una buena póliza de seguros.

LA INTENCIÓN, por Miguel Hernández García

Los jugadores se arremolinaban alrededor de los dos hombres vestidos con un viejo traje deportivo de riguroso color negro. En la grada, unas cuarenta personas se agolpaban tras una valla oxidada que no ponía demasiado empeño en frenar el ímpetu de la multitud. El árbitro asistente de la banda derecha se dirigió al colegiado principal.
—Alonso, ¡estás loco! ¿Cómo se te ocurre pitar ese penalti?
—Yo sanciono lo que entiendo que es justo sancionar, Sancho.
—¡Si no le ha tocado! —el asistente se desgañitaba mientras miraba de reojo a la turba que se iba conformado detrás de él.
—Iba con la intención de tirarle al suelo y para mí eso es lo que cuenta.
—No te metas a juzgar intenciones, Alonso, que las de esta gente de la grada no son precisamente muy buenas. Ya saben dónde he aparcado mi coche y no quiero que le pase nada.
—Para eso están los seguros, Sancho, no te preocupes por eso. Nosotros estamos aquí para impartir justicia.
—Venga, pues que tiren el penalti y que sea lo que Dios quiera. Pasarán cuatrocientos años y este hombre no cambiará…

MADRID s.XXI, por Ignacio J. Dufour García

Lunes

Esta mañana un individuo ha atacado a una comisión judicial provocando la suspensión de un desahucio. El agresor vestía una armadura medieval y montaba un escuálido caballo blanco. Se ha fugado dejando varios heridos, que se encuentran fuera de peligro.

Martes

A las ocho de la mañana un empleado del ayuntamiento ha resultado herido leve a causa del ataque de un individuo armado a caballo. Segun testimonio del herido, el agresor ha cargado, lanza en ristre, contra la barredora que conducia, al grito de: "Deme fuerzas mi señora doña Dulcinea del Toboso para venced aqueste vil dragon en aquesta extraordinaria cuita".

Miércoles

Hoy en la puerta de los juzgados de Plaza de Castilla un individuo, muy posiblemente el mismo que desde hace dos días vaga por Madrid disfrazado de caballero andante, ha cargado espada en mano contra el cordón policial que separaba a Blesa  de los preferentistas con la clara intención de matarle. Afortunadamente, la policía ha podido reducirlo sin lamentar víctimas ni heridos.
Dentro de unas horas, Alonso Quijano, alias Don Quijote de la Mancha, será puesto a disposición judicial acusado de tentativa de asesinato, desórdenes públicos, tenencia de armas, agresión a empleados públicos con resultado de lesiones y de daños a bienes públicos.

Jueves

El juzgado de guardia, a petición de la fiscalía, se ha inhibido en favor de la Audiencia Nacional ya que la fiscalía en su escrito considera que los hechos deben ser juzgados por la ley antiterrorista a causa de la alarma social suscitada.

LO QUE ACONTECIÓ A ALFONSO Y A ANCHÓN CON LOS FARANDULEROS, por Milagros Arranz

La noche tronaba con el bullicio de unas motos. Quejáronse los vecinos mil veces de tal algarabía nocturna que a menudo condenábales a la vigilia. Alfonso era alto y enjuto, diríase que en los huesos. Gustábale leer en exceso y encontrábase siempre perdido en medio de fantasías, quizá inalcanzables. Puso los ojos en una bella joven del instituto, Azucena, mas ella ignoraba su existencia.
            Su amigo Anchón, apodado así por su complexión oronda, era poco hablador y sonriente.
            — ¿Sabes? Algún día, todos conocerán mi nombre —decíale Alfonso—. Ayudaré a la gente necesitada y mejoraré el mundo.
            Una tarde, andaba absorto en sus pensamientos cuando una insólita imagen nubló la razón de Alfonso. Ante sus ojos, un nutrido grupo de actores ataviados con ropajes militares de un siglo antes y provistos de fusiles arcaicos, apuntaban a un hombre en camisa, con los brazos en alto y los ojos clavados en el cielo, rodeado de otros míseros rostros que imploraban compasión.
            Presto, Alfonso se apeó de la moto con el aplomo de los valerosos caballeros e irrumpió en la escena bélica lanzándose sobre los emblemas castrenses,  emprendiéndola a golpes contra ellos, guiado por el azar. Los faranduleros, que lo superaban en número y en fuerza física, multiplicaron por mil los golpes que él propinaba. 
            A Anchón, pávido al principio, apenas diole tiempo de cavilar sobre tamaña majadería y corrió a enmendar el entuerto, mas los ofendidos no cesaron inmediatamente, sino al cabo de un rato, cuando solo se oían los quejidos de Alfonso.
            Fatigado por el suceso, uno de los actores le tendió una botella de agua.
            — Doy gracias al cielo por la merced que me hace, caballero —masculló el herido y vínole a la memoria los consejos de su padre acerca de sustituir la violencia por cabales razones que eviten la lucha.