jueves, 7 de mayo de 2015

UNA BUENA PÓLIZA DE SEGUROS, por Ángel Silvelo

—Sancho, tú crees que saldremos de aquesta nueva afronta con lo que me propones. Porque si no conseguimos calmar los ánimos de estos bardos metidos a jornaleros de maitines no podré volver a Sevilla, y no hace falta que te diga que aquí nos engendraron, y nada me disgustaría más que vivir el resto de mis días en una ínsula Barataria. No sé si me entiendes—, le dijo D. Quijote armándose de razón.
—Bueno, señor, ya le conté cuál es mi plan. Solo le pido que me deje introducir nuevas formas a la hora de resolver nuestros antiguos problemas. Antes no existían estos papeles tan recargados de pomposas cláusulas y dinerarias razones. Si en nuestra época hubiésemos dispuesto de estas armas de papel, no tendría usted que haberse enfrentado a esos gigantes disfrazados de molinos de vientos, ni a un sinfín de caballeros que no eran ni andantes ni caballeros, por más que los viera tan claros en su mente. Y qué me dice de esa necesidad tan suya, de allá por donde pasaba, de restablecer justicias de amores e hidalguías.
—Ya, Sancho, dices bien, y razones no te faltan en lo que relatas, pero yo me atengo al pasado: cosas veredes. Y en eso estamos, desfaciendo entuertos, como siempre. Mírales, ahí están, dispuestos a sacar la imagen del Cristo en mitad de esta ciclogénesis explosiva que nos anuncia el cielo y corroboró hace unas horas el hombre del tiempo en televisión.
—Dejémosles imbuidos en su fe, y si finalmente deciden sacar el paso, cuando comience a llover nos acercamos al maestro cofrade y le damos el sobre. Ya sabe lo que me dijo el agente cuando me lo dio: la fe mueve montañas, pero para el resto, contrata una buena póliza de seguros.

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