miércoles, 13 de mayo de 2015

ME LLAMO RODERICH, por Luisa Gil

«…no hay para qué perdonar a ninguno,porque todos han sido los dañadores:
mejor será arrojallos por la ventana al patio y hacer un rimero dellos y pegarles fuego…»
Miguel de Cervantes
Don Quijote de la Mancha

Como cada tres meses se pasará por la oficina del SEPE para sellar el paro. Perdida toda esperanza de encontrar trabajo, y tras dos horas de rutinaria burocracia, sintiendo como le atrapa esa sensación de vacío, de estar desarmado, volverá a casa de su hermana, a una habitación prestada, para transformarse leyendo las novelas que le apasionan.
            Sin embargo hoy se ha levantado siendo Roderich, sus sentidos se han agudizado, el goteo del grifo del baño y la emisora de radio de la vecina le torturan el cerebro, el espejo le muestra la imagen de un espíritu amargado: unos labios de aspecto necrosado, unos ojos vacíos sin apenas hálito. Siente que golpean la puerta del cuarto de baño con insistencia, y un asomo de terror le incita a sentarse y mirar hacia allí fijamente.
            Después de tres días sin aparecer por casa, ayer se había presentado de repente, ya entrada la noche, con la ropa ajada y sucia y los ojos vidriosos. Ignorando a quienes le esperaban preocupados, con un marcado aire de lánguida desidia y sin decir palabra, se refugió, dando un portazo, en su habitación.
            «Esto se acabó, no voy a permitir que mi hermano se comporte como si fuera una aparición. La culpa de todo la tienen esos malditos libracos que le han vuelto el juicio» comenta a su marido mientras desayunan y, sin pensarlo, entra en la habitación, agarra los libros que encuentra y los lanza con rabia a la chimenea, la casualidad hace que uno de ellos golpee en un morillo, deshojándose y llevando la lumbre a la alfombra. Asustada al ver el fuego, corre y golpea la puerta del cuarto de baño donde él sigue encerrado. Como no abre, tienen que tirar la puerta y allí encuentran a Roderich sentado, con aspecto espectral, la tez pálida, la mirada perdida y los ojos fijos en la puerta. Un fogonazo en el pasillo abalanza a la hermana sobre él, momento en que el techo se desploma sobre ambos.
            Solo quedan unaspáginas chamuscadas donde antes se encontraba la casa: en una de ellas aún se distingue una palabra «Usher».

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