jueves, 7 de mayo de 2015

LA INTENCIÓN, por Miguel Hernández García

Los jugadores se arremolinaban alrededor de los dos hombres vestidos con un viejo traje deportivo de riguroso color negro. En la grada, unas cuarenta personas se agolpaban tras una valla oxidada que no ponía demasiado empeño en frenar el ímpetu de la multitud. El árbitro asistente de la banda derecha se dirigió al colegiado principal.
—Alonso, ¡estás loco! ¿Cómo se te ocurre pitar ese penalti?
—Yo sanciono lo que entiendo que es justo sancionar, Sancho.
—¡Si no le ha tocado! —el asistente se desgañitaba mientras miraba de reojo a la turba que se iba conformado detrás de él.
—Iba con la intención de tirarle al suelo y para mí eso es lo que cuenta.
—No te metas a juzgar intenciones, Alonso, que las de esta gente de la grada no son precisamente muy buenas. Ya saben dónde he aparcado mi coche y no quiero que le pase nada.
—Para eso están los seguros, Sancho, no te preocupes por eso. Nosotros estamos aquí para impartir justicia.
—Venga, pues que tiren el penalti y que sea lo que Dios quiera. Pasarán cuatrocientos años y este hombre no cambiará…

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