lunes, 25 de mayo de 2015

EL CABALLERO DE LOS CARTONES, por Ángel Lara Navarro

—¿Y si lo vais dejando ya, héroes? Algunos queremos dormir.

La voz había salido de entre unos cartones amontonados junto a la pared de ladrillo del pasadizo de Plaza de España. Tres metros más allá, dos hombres, con la espalda apoyada en esa misma pared, bajaron la voz para seguir hablando. El más alto, delgado como un palo, parecía soñar despierto.

—Algún día seré famoso. Saldré en los periódicos... Y en eso del internet. Alguien verá todo el bien que estamos haciendo y escribirá nuestras hazañas. —Tenía los nudillos despellejados y un corte en la cara.

El otro le miró con lástima.

—Desengáñate, Alonso, a nadie le importa lo que les pase a cuatro putas y ocho inmigrantes.

—Princesas, Sánchez —volvió a levantar la voz—. Y mensajeros de tierras lejanas.

—Son despojos, Alonso, si le importasen a alguien no estarían así... Ni nosotros.

El alto negaba con la cabeza.
—El Caballero de los Cartones y su fiel escudero Sánchez. —Sonreía, pero no había burla en su gesto—. Nos haremos ricos.

—Deja de vacilarme y pásame el vino, anda —pidió Sánchez, alargando la mano.

Pero Alonso seguía en sus trece.

—Son personas, merecen algo mejor. ¿No me vas a ayudar? —Le dio por fin el vino y agotó su último cartucho—: ¿Y si te prometo una ínsula?

No muy lejos de allí, en el centro de la plaza, dos figuras de bronce escuchaban ateridas por el frío de la noche madrileña. Montaban un rocín y un asno, y sonreían para sus adentros.

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