LA MIRILLA
Elías
Gorostiaga
«Nadie
tiene la respuesta. Pero pasa continuamente.»
El largo adiós,
Raymond Chandler
Ya entonces
me pasaba las horas mirando por la mirilla de la puerta. Me gustaba y me gusta
mirar mientras llaman al timbre, sentir la impaciencia, la incertidumbre,
incluso dejar que noten mi respiración, mi presencia al otro lado, sentir la
inquietud que provoca y no abrir. Así siempre, incluso a mi madre, a mis
hermanos, ya entonces lo hacía y ahora es con mi mujer, con los hijos.
—Venga
papá, que sé que estas ahí, abre de una vez.
«Haber
llevado las llaves», pensaba para mí, mientras esa fuerza extraña me pegaba a
la mirilla de bronce. Les tenía en el rellano, con sus bolsas, la cartera del
colegio, mientras los vecinos miraban al pasar o esperaban a que llegara el
ascensor.
—¡Qué,
ya está otra vez tu padre! —decía un vecino—, ¡qué pesado!
—Sí,
cada vez que volvemos —contestaba mi pobre hijo— nos tiene así.
Y yo les
oigo, a veces se quedan un rato hablando, noto como se me cae algo de baba por
la comisura de la boca. Ahora he instalado en el ordenador, un lugar para espiar
a gente desconocida, miro lo que cuelgan en su muro, sus deseos. También hemos
instalado en el edificio un video portero. Desde que mi mujer salió un día y no
volvió llevándose a la niña pequeña, la mirilla ha perdido interés y lo ha
ganado Facebook o Twitter. Hace una semana que mi hijo no ha vuelto a casa,
tendré que seguir su muro y el de sus amigos, al fin y al cabo sé que con el
tiempo seré su mejor amiga en la red.
Nadie
tiene la respuesta. Pero pasa continuamente. Para que lo sepáis me llamo Mena, soy joven y rubia, no olvidéis pedirme
amistad.
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