viernes, 14 de marzo de 2014

SIEMPRE ENCUENTRO LO QUE QUIERO, por Begoña Abraldes

SIEMPRE ENCUENTRO LO QUE QUIERO
Begoña Abraldes

«Siempre encuentro lo que quiero. Pero cuando lo encuentro dejo de quererlo.»
Linda Loring, cuando Marlowe le desea que encuentre
lo que busca en El largo adiós, de Raymond Chandler

Seguí esperando, atenta a luz de la pantalla sin vida. Sé que encontrar algunos recuerdos es trabajoso solo si son objetos; los recuerdos de otra índole no necesitan buscarse, simplemente aparecen y cubren cada rincón del cerebro con un peso que lastra el presente.
Escuché las pisadas. Coincidiendo con el sonido que las situó en el último escalón me giré. Desoí la frase: vete a dormir. Cuando los recuerdos atosigan se pierde el sentido del oído; a veces también el de la vista. El de la piel sudando no se pierde nunca, ni se adormece: la saliva bañando la nuca se eterniza.
Al fin se activó la pantalla y se coloreó de verde y negro; el verde del campo de fútbol, el negro del traje de Iribar. No me preguntó por qué Iribar. No le dije que necesitaba completar una colección inconclusa. No me dijo si le dolía descabalar la suya, solo que esperaba que aquella ausencia mereciera la pena. La merecería. De todos modos iba a sentir poco tiempo la ausencia.
Apagué el ordenador y me fui a la cama. Me tapé la cara con la almohada. Ver los ojos es malo, las miradas son más difíciles de olvidar que la saliva que produce escalofríos de repulsión. Debajo del colchón hay trece cromos de Iribar, y pronto habrá catorce. Cuando me lo entregue me giraré muy despacio y dejaré mi cuello a su disposición. Mientras chupan y lamen pierden toda precaución, y las manos dejan de ser elementos de protección para convertirse en garras de afirmación.

El último peldaño siempre cruje, después se pierde el sonido de los pies y puedo quitarme la almohada de la cara. Cierro las piernas y pienso que siempre encuentro lo que quiero. Pero cuando lo encuentro dejo de quererlo.

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