LA HERENCIA
Luisa
Gil
«¿Ha pensado alguna vez
que hay muchas formas de morir
pero sólo una de estar muerto?»
El asesino dentro de mí, Jim Thompson
Así lo aprendí y así lo mantengo: «Hay mil maneras de morir pero sólo una de estar muerto.» Y
muerto solo puede estar un cuerpo, porque un muerto ya no es una persona según
me parece a mí. Y de cuerpos muertos sé un rato. Mi madre gobernaba una carnicería
y mi padre una funeraria. Y yo, que tiendo a ser simple, pensé que para qué
tener dos negocios por separado, así que los junté y ahora ofrezco servicio
completo. Con oferta especial en el precio, claro está, cuando se encarga desde
el principio hasta el final. Como se hace en los grandes negocios.
Porque si fuera por mí, únicamente me encargaría
del primero. Cuando era chaval, me pasaba las horas observando a mi madre
despiezar con cuidado para luego ir vendiendo cada parte minuciosamente cortada
en papel gris encerado. Sin embargo me mareaba el olor penetrante de la funeraria.
Hasta los ramos de flores y las coronas olían a muerto. Mi padre hacía todo lo
posible por disimularlo con inciensos y ambientadores que no hacían más que
empeorarlo. Ese olor se agarraba a las paredes y a los muebles para no irse de
allí.
Y yo sentía nauseas y salía corriendo en
cuanto se despistaban.
Yo he salido a mi madre. Con los años, he
ido desarrollando la técnica de la minuciosidad y el arte del trabajo bien
hecho. Limpio. Con precisión de cirujano. Así que me paso las horas dedicado al
negocio. Hasta llego a comer y cenar allí algunos días. Muchos días. Casi
siempre. Como mientras trabajo. Por placer. Me he tenido que buscar un socio
para que se encargue de la parte del negocio que detesto. La de mi padre. Y nos
complementamos bien, el negocio funciona y tenemos clientes. No demasiados, es cierto,
los suficientes para ir tirando.
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