MI MENTE DEMEDIADA
Luisa Gil
Me acerqué, porque tenía que hacerlo, a visitar a mi viejo amigo el
Doctor Trelawney para que terminara de tratar mi mal. Cogía el cepillo de
alambre y frotaba durante cinco minutos para ir demediando mi mal. Yo no estoy convencida de que fuera necesario,
ni siquiera de que existiera ese mal en mi mente. Pero desde pequeña mi madre
me lo repetía incansable: «Hija no se puede sacar partido de ti. Si pudiera
quitarte ese mal de tu cabeza! No sé por qué te da por pensar tanto. Te vas a
volver tonta!». Pero estoy muy contenta porque el doctor Trelawney me ha dicho
tras esta sesión que antes del verano mi mente estará demediada y yo, ¡por fin curada de mi mal!
Y parece que va funcionando porque ya consigo pasar el
día entero sin pensar. Me dejo llevar y ya está, sin complicaciones. Ya no
surgen esas locas ideas de cambiar las cosas que tanto desesperaban a mi madre.
Sufría como un estado de ansiedad que me martirizaba. Que le martirizaba. ¿Por
qué nací tan deforme? Creo que tardé mucho en nacer y se me deformó el cráneo.
Eso es. Y mi mente se descolocó y no funciona. Genera pretensiones absurdas que
no me pertenecen. Cálmate. Todo va bien.
Menos mal que conocí al doctor Trelawney que es
experto es solucionar casos imposibles, de esos que aparecen uno entre un
millón, como el mío. No sé si realmente conoce la solución. Pero con el
tratamiento siento como que me falta algo, alguien. Cuando pensábamos las dos
juntas era todo más fácil, me sentía segura. Presumía la existencia de un mundo
más feliz. De que existía algo más tras los muros. Te echo en falta. No sé cómo
seguir sin ti. Tú eras la más fuerte. Mi vida demediada no tiene ya sentido. Me voy a comprar un sombrero.
Luisa Gil (Madrid) Ingeniero con incursiones
juveniles en la pintura, y lectora compulsiva desde que tengo memoria; amante
de la poesía por encima de todo, he coqueteado con la escritura sin atreverme
hasta ahora a mostrar los bocetos de mis cuadernos. Solía leer a Chomsky,
Jacobson, Ferdinand,... para entender cómo grupos de símbolos ordenados
mágicamente se convertían en ciencia, poesía, fantasía o realidad sobre un
papel.
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