viernes, 14 de marzo de 2014

LA HERENCIA, por Luisa Gil

LA HERENCIA
Luisa Gil

«¿Ha pensado alguna vez que hay muchas formas de morir
 pero sólo una de estar muerto?»
El asesino dentro de mí, Jim Thompson

Así lo aprendí y así lo mantengo: «Hay mil maneras de morir pero sólo una de estar muerto.» Y muerto solo puede estar un cuerpo, porque un muerto ya no es una persona según me parece a mí. Y de cuerpos muertos sé un rato. Mi madre gobernaba una carnicería y mi padre una funeraria. Y yo, que tiendo a ser simple, pensé que para qué tener dos negocios por separado, así que los junté y ahora ofrezco servicio completo. Con oferta especial en el precio, claro está, cuando se encarga desde el principio hasta el final. Como se hace en los grandes negocios.
Porque si fuera por mí, únicamente me encargaría del primero. Cuando era chaval, me pasaba las horas observando a mi madre despiezar con cuidado para luego ir vendiendo cada parte minuciosamente cortada en papel gris encerado. Sin embargo me mareaba el olor penetrante de la funeraria. Hasta los ramos de flores y las coronas olían a muerto. Mi padre hacía todo lo posible por disimularlo con inciensos y ambientadores que no hacían más que empeorarlo. Ese olor se agarraba a las paredes y a los muebles para no irse de allí.
Y yo sentía nauseas y salía corriendo en cuanto se despistaban.

Yo he salido a mi madre. Con los años, he ido desarrollando la técnica de la minuciosidad y el arte del trabajo bien hecho. Limpio. Con precisión de cirujano. Así que me paso las horas dedicado al negocio. Hasta llego a comer y cenar allí algunos días. Muchos días. Casi siempre. Como mientras trabajo. Por placer. Me he tenido que buscar un socio para que se encargue de la parte del negocio que detesto. La de mi padre. Y nos complementamos bien, el negocio funciona y tenemos clientes. No demasiados, es cierto, los suficientes para ir tirando.

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