EL ENEMIGO INTERIOR
Felisa
Moreno
«Tengo un agujero negro en la cabeza», es mi frase de presentación y un aviso a navegantes,
aunque la mayoría son incapaces de advertir el peligro que encierran estas palabras.
Deberían saber que un agujero negro atrae a todo lo que hay a su alrededor con
un fuerza tal que nada puede escapar de él, hasta el alma de las jovencitas
inocentes.
Para
construir mi falsa identidad robé la foto de mi perfil a un atractivo quinceañero,
me llamé José Martínez, el nombre más corriente que se me ocurrió, y me lancé a
la caza. Era tan sencillo que hasta llegué a sentir pena por alguna de aquellas
chicas. Se derretían con mis palabras, como heladitos de fresa. «Mándame una foto, preciosa. No, esta no, un
poquito más sexy. Así, así, enséñame un pechito. Uy, qué guapa eres…»
Quedar
era el siguiente paso. Había que darlo con mucho cuidado. Citaba a mi princesita
en un sitio público para ganar su confianza. Me aseguraba de que venía sola y la
dejaba esperar un rato hasta que veía en sus gestos que estaba a punto de
marcharse.
Ese era
el momento justo para abordarla con mi sonrisa más encantadora. Le contaba que
mi hijo José Martínez quería verla, que estaba muy enfermo y que por eso no
había podido acudir a la cita. No le concedía ni un minuto para pensar y antes
de que se diera cuenta ya la había subido a mi coche. Lo siguiente era fácil de
ejecutar, como cuando te aprendes los pasos de un baile, solo tienes que
dejarte llevar por la música. Conducir hasta un lugar apartado, inmovilizarla y
disfrutar…
Tengo un agujero negro en mi jardín y la necesidad acuciante de
llenarlo con jovencitas inocentes.
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