viernes, 14 de marzo de 2014

LA REINA DEL BAILE, por Javier Trescuadras

LA REINA DEL BAILE
Javier Trescuadras

Solo cuando estás muerto descubres que el vecino, que parecía estrenar coche solo para joderte, lloró desconsolado en tu entierro. O que tu hijo, que nació aferrado a una videoconsola y es socio honorífico de la generación nini, pierde los vientos por una colombiana fogosa llamada Catherine, con la que se derrite las córneas chateando y a la que solo ha visto en fotos.
Y como estás muerto, te presentas en su casa para descubrir en primer lugar que la Fulop de turno no vive en Colombia, pues por mucho que cambien las cosas, barrio de Triana solo hay uno y está lleno de sevillanos, y en segundo lugar debes haber errado el salto astral, pues allí solo se contonea un maromo de piel cetrina, con el sobrepeso de un hipopótamo diabético y unas cejas que harían las delicias de cualquier vendedor de cepillos.
Entonces, cuando notas que la cálida manta del anonimato cibernético humilla vilmente a tu pobre chico; maldices en arameo y montado a lomos de la cólera más abrasiva te concentras en poseer ese orondo cuerpo que eructa y deambula rascándose el culo por la estancia.
Una vez dentro, descubres con asco pírrico una falta abrumadora de ducha urgente y unos dientes cremosos que en nada se parecen a los de la imaginada Catherine, pero sonríes dispuesto a pasar la tarde tomando ante el espejo un completísimo catálogo de instantáneas de aquel Búfalo Sudoroso en Desabillé Rosado del Año.

Agotado pero con una sonrisa lobuna sales de ese gordo horas más tarde. Él solo recordará un incómodo escalofrío, pero a la mañana siguiente, cuando se ponga su traje, su corbata, y se dirija al banco del que es director, todos sus clientes, familiares y amigos sabrán quién es, en realidad, la reina del baile.

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