QUERIDO
AMIGO
Milagros Arranz
«¡Imaginen
el shock, la desesperación, la terrible soledad que debe haber seguido a aquel
espantoso desastre! Y ahora ella se ha reunido con él en la amargura de la
muerte. ¿Se gana algo con turbar las cenizas de los muertos? ¿Algo, amigos
míos, fuera de la venta de algunos ejemplares de un periódico desesperado por
aumentar su circulación? Nada, amigos, nada. Dejémoslo como está.»
El largo adiós,
de Raymond Chandler
Tras el enter
todo se llenó de calma. En poco tiempo, la imagen de Víctor Sanz aparecería
en todos los medios de comunicación digitales por el asesinato de su amigo Carlos
Álvarez, como presunto culpable. Todo había comenzado como una broma en las redes
sociales, pero a este lo encontraron muerto en su piso de la calle del Ángel,
como consecuencia de un golpe certero en la cabeza, desnucado. Él no sabía
nada; de hecho, esa tarde no había salido de su casa, así que tampoco tenía coartada.
La misiva en Facebook rezaba,
escuetamente: «Te voy a matar, cabrón; eso no se me hace a mí», refiriéndose a
la estupenda tarde que Carlos pasó con dos guapísimas chicas a solas, porque el
finado, víctima de una gastroenteritis, no pudo asistir. Este, loco de
contento, le mandó a su amigo el irónico aviso, que se convirtió en una amenaza
a la vista de los doscientos cuarenta y siete amigos que ambos compartían en
las redes sociales.
Ante la
noticia, las verdaderas advertencias intimidatorias de familiares y amigos del
desafortunado contra él empezaron a sucederse, gradualmente, cada vez más frecuentes.
Al cabo de tres horas, el icono de mensajes privados lucía un número considerable
de avisos en su ordenador, pero no quiso clickear
para abrirlo.
Apagó la
pantalla, abatido. Se acercó a la ventana y estuvo un rato mirando a la gente
que paseaba, abajo, ajena al dolor que se vivía en el décimo piso del edificio,
acompañado del estrépito del tráfico. Se asomó. El cuerpo de Víctor voló
durante dos segundos; tal vez, tres. Un golpe seco contra la acera le envolvió
en la oscuridad.
La misma patrulla de
policía que se había personado para detenerle avisó a los sanitarios, que solo
pudieron certificar su muerte.
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