SIEMPRE ENCUENTRO LO QUE
QUIERO
Begoña Abraldes
«Siempre encuentro lo que quiero. Pero cuando lo
encuentro dejo de quererlo.»
Linda
Loring, cuando Marlowe le desea que encuentre
lo
que busca en El largo adiós, de Raymond Chandler
Seguí
esperando, atenta a luz de la pantalla sin vida. Sé que encontrar algunos
recuerdos es trabajoso solo si son objetos; los recuerdos de otra índole no
necesitan buscarse, simplemente aparecen y cubren cada rincón del cerebro con
un peso que lastra el presente.
Escuché
las pisadas. Coincidiendo con el sonido que las situó en el último escalón me
giré. Desoí la frase: vete a dormir. Cuando los recuerdos atosigan se pierde el
sentido del oído; a veces también el de la vista. El de la piel sudando no se
pierde nunca, ni se adormece: la saliva bañando la nuca se eterniza.
Al fin
se activó la pantalla y se coloreó de verde y negro; el verde del campo de fútbol,
el negro del traje de Iribar. No me preguntó por qué Iribar. No le dije que necesitaba
completar una colección inconclusa. No me dijo si le dolía descabalar la suya,
solo que esperaba que aquella ausencia mereciera la pena. La merecería. De
todos modos iba a sentir poco tiempo la ausencia.
Apagué
el ordenador y me fui a la cama. Me tapé la cara con la almohada. Ver los ojos
es malo, las miradas son más difíciles de olvidar que la saliva que produce escalofríos
de repulsión. Debajo del colchón hay trece cromos de Iribar, y pronto habrá catorce.
Cuando me lo entregue me giraré muy despacio y dejaré mi cuello a su disposición.
Mientras chupan y lamen pierden toda precaución, y las manos dejan de ser elementos
de protección para convertirse en garras de afirmación.
El
último peldaño siempre cruje, después se pierde el sonido de los pies y puedo quitarme
la almohada de la cara. Cierro las piernas y pienso que siempre encuentro lo que
quiero. Pero cuando lo encuentro dejo de quererlo.
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