EL ENEMIGO INTERIOR
Vanessa
Bou Pérez
Nunca
olvidaré el terror ante al primer golpe de la única paliza que recibí en mi
vida. He sido incapaz de infligir daño físico a nadie, y a pesar de ello me
rodeó una leyenda negra. Esto me favorecía, nadie me daba motivos para merecer
mi castigo. Nunca debí sentar precedente permitiendo que mi socio y primo,
Anselmo, se retrasara en el pago de las comisiones. Oí rumores sobre mi falta
de autoridad y temía pagar caro ese descrédito en mi empresa. Así que decidí
darle un escarmiento 2.0.
Pedir
ayuda no resulta fácil…, sobre todo cuando la culpa es toda tuya. El correo electrónico
lo empeora, pero un sujeto aparentemente serio ofrecía sus servicios a un módico
precio. Intentando ser sutil escribí:
«La mejor manera de contactar con la persona de
interés es a las tres de la tarde, al salir del restaurante familiar. Negocia
mejor con el estomago lleno. Le aconsejo que su oferta no sea muy agresiva para
no provocar su rechazo.»
El
individuo parecía un aficionado. Respondió:
«Oye, no me queda claro. ¿Le asusto con una buena
tunda, no?»
Esa
noche no pegué ojo. El día siguiente Anselmo decidió ir a comer a casa. Otra
noche sin dormir. El miércoles decidió probar un nuevo restaurante. El viernes
ya no me mantenía en pie, así que lo cité donde siempre. Me agradeció la
paciencia que tenía con su deuda. Pagué la cuenta y le dije que tenía que salir
a recoger unas mercancías.
«Termina tu café tranquilamente. Te veo el lunes».
Me miró
como si yo fuera una colilla o una silla vacía. Dijo: «Gracias por la comida. Si no me esperas tú a la salida del restaurante
el lunes me verás con el mismo aspecto de hoy. Disfruta del fin de semana.»
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