Querido Albert:
Siempre es una
alegría recibir noticias tuyas. Cuando se acerca el cartero con un sobre del
frente en la mano, la ilusión y la esperanza luchan con el miedo en unos
instantes que se dirían eternos. No sabría describirte la inmensidad del alivio
que me recorre cuando adivino tu letra en el papel.
Sin
embargo, cada palabra que leo me aleja más y más de ti. En los primeros
párrafos, esa ilusión y esa esperanza permanecen intactas, pero poco a poco el
desencanto se abre camino, y si consigo llegar al final, lo hago con la
frustración y la rabia inundándome los ojos.
¡Cuán
obtusos y egoístas podéis llegar a ser los hombres! Mientras vosotros estáis
ahí, en retaguardia, ni imagino cuántos días recuperándoos de uno solo de
batalla, tu madre y yo estamos aquí, luchando cada minuto, sin descanso ni
tregua, para conseguir un mísero trozo de pan ácimo que llevarnos a la boca, o
recogiendo papeles para no morir congeladas. Ya podríais enviarnos a vuestro
cocinero con lo que os sobra de las trincheras... o con lo que les sobre a las
ratas. Tendrías que ver el estado de desnutrición en el que se encuentra tu
madre, ni fuerzas para criticarte le quedan ya, y eso que aún tengo la decencia
de darle parte de mi ración.
Aquí
no cantamos marchas, ni tenemos médicos que nos ayuden. En realidad nadie se
ayuda. El frío y el hambre nos están consumiendo, bastante tenemos con
ayudarnos a nosotros mismos. Y no, tampoco tenemos jóvenes, ni nuevos ni
viejos. Lo único que nos mandáis de vuestra heroica lucha son mutilados a los
que mantener, pues no tienen capacidad ni fortaleza suficiente para encargarse
ni de ellos mismos. Pero vosotros cantad; cantad, fumad y haced dibujos, no
tengáis prisa por echar a los malditos boches... si dejáis pasar el
tiempo suficiente acabaréis haciéndoos amigos.
¡Y
para terminar me dices que te van a fusilar por caerte a un cráter de obús!
¿Ahora os matáis entre vosotros en lugar de matar a los boches? ¡Que le
diga a tu madre que te han hecho teniente, o mejor, capitán! Querido Albert,
jamás lo creería. Dejad de jugar a soldaditos mientras aquí nos morimos de
hambre y de frío, y acabad con esos malnacidos. Echadles de una vez de aquí o
vuelve a tu casa a cuidar de tu madre, necesita a alguien con ella y a mí no me
quedan ganas.
Cécile
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