Mi amor:
Si estás leyendo
esta carta es que he muerto y alguien se ha encargado de cumplir mi última
promesa. Espero que no te tomes a mal este último acto de vanidad y de mal
gusto. De todos modos, en estas circunstancias no me queda más que una
intervención del azar para que llegue hasta ti mi relato de los hechos antes
que una nota del ministerio sobre mi heroica muerte en acto de servicio.
Créeme: no somos los buenos.
Mañana nos
envían a luchar al frente, a enfrentarnos a un enemigo aún sin rostro ni voz,
pero que seguro nos espera armado y sediento de venganza. Ese enemigo no nos
odia por nuestras ideas o por nuestros orígenes, como nosotros a ellos, sino
por nuestros actos: hemos quemado sus campos, matado a sus hijos, violado a sus
mujeres…
Yo nunca haría
eso, créeme, pero soy cómplice de todas esas atrocidades al no impedir que se
perpetrara tanto mal entre gente inocente. Ahora pienso que fue un error seguir
esas órdenes, y muchos de mis compañeros están de acuerdo conmigo, pero muchos
más han preferido escudarse en la obediencia debida para saciar un hambre
malsana, y nos han arrastrado a una insensata pelea.
Esta guerra nos
ha convertido en salvajes, y ahora vamos a una batalla que parece crucial
contra unos vecinos pacíficos a quienes odiamos por algo que ya se nos ha
olvidado, si acaso lo supimos alguna vez.
Ahora que puede
estar cerca el fin, no pienso en mi muerte, ni en el dolor de los míos, sino en
cómo vengará su odio sobre mi cuerpo el soldado que me mate. ¿Acribillará mi
vientre, me rematará a patadas, me escupirá? ¿Qué hará con mi cadena de oro o
con mi pitillera? ¿Registrará mi cartera, romperá tu foto, se reirá de tu
dedicatoria?
Solo me queda
esperar de la persona que me mate, que borre su odio y te mande esta carta para
que no pienses que morí como un héroe. Nuestro hijo debería aprender a
diferenciar entre el bien y el mal.
Siempre,
Tu amor
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