martes, 29 de abril de 2014

UN DÍA DE PLAYA, por Ignacio J. Dufour García

UN DÍA DE PLAYA
Ignacio J. Dufour García

El camping era ideal, el folleto indicaba que la playa se encontraba a cinco minutos. Al pasar la carretera, por el subterráneo, no se fijaron en la serie de desportillados que cubrían las paredes. Mientras bordeaban una garita vacía, un coche se internó en el bosque, esquivando un bloque de hormigón que ocupaba un carril. Junto a la garita se encontraba un edificio abandonado con aspecto de centro social.
            Cruzaron la calle, por donde una vez hubo un paso de peatones. Tomaron una senda peatonal casi cubierta por la maleza que supusieron les llevaría a la playa.
            No llevaban mucho tiempo caminado cuando lo vieron, un árbol vivo de unos ocho metros de altura demediado hasta casi la raíz como si hubiese sido golpeado por una enorme hacha. Una de sus mitades había caído sobre un banco que a duras penas soportaba su peso.
            Unos metros más adelante, se abrió a su izquierda un claro con tres mesas de ping-pong y varios bancos, todo con pinta de no haberse usado en años.
            Finalmente, al volver un recodo del camino lo comprendieron todo. A su izquierda se abría una avenida de unos doce metros de ancho, con bancos al tresbolillo y farolas de tubo de acero de varios brazos de estilo futurista similares a las del camping, que conducía a una construcción de estilo neoclásico que se apreciaba al fondo. La mayor parte de la avenida estaba cubierta de vegetación.
            A su derecha arrancaban las escaleras de un hotel de cristal y hormigón, al que no le quedaba una sola ventana. Picado de viruela, especialmente intensa en algunos balcones en los que quedaba al aire parte de su esqueleto de acero.
            Aun más inquietante que la imagen era el silencio, parecía como si las bombas también hubiesen acabado con el sonido.



Ignacio J. Dufour García (Madrid, 1984). Ingeniero Industrial y voraz lector, durante muchos años leí todo lo que me cayó en las manos. Aficionado a los clubes de lectura en donde a consecuencia de un encuentro con el autor del libro que estábamos leyendo me volvió a picar el gusanillo de escribir.

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