HEMISFERIOS
Anamaría
Trillo
Como todo el mundo tengo el cerebro
demediado. Dos hemisferios dictan mis actos, algunos plenamente diestros y
otros, absolutamente siniestros.
Mi hemisferio diestro rige mi
manejo de los cubiertos en la mesa, la fuerza y precisión con la que coloco la
bola en mis amistosos de tenis, el trazo de mis letras y la virtud o demérito
de mis palabras.
Mi hemisferio siniestro es diferente.
No hace nada a derechas. Se pasa las horas trazando planes para estropear
cualquier esfuerzo de mi lado diestro. Mi mitad siniestra es quien me pide que
me relaje; que respire hondo y cuente hasta diez; que no pierda el tiempo con
lo que me roba la calma; que mire más al cielo y menos a mi ombligo. Es
indolente, pero simpática pues nunca actúa por mal. Cuando estropea lo que mi
parte diestra ha hecho con tanto esfuerzo, en realidad, solo busca hacerla
reír... pero mi parte diestra no se ríe jamás.
Mi parte diestra siempre
hace lo correcto; mi siniestra hace lo que le da la gana. Una noche, apenas iluminada
por un viejo flexo, con un bolígrafo en mi diestra, la siniestra sujetaba el
papel en blanco. La siniestra se reía y echaba en cara a mi diestra que, sin su
trabajo al sujetar el folio, sus trazos resultarían de un surrealismo
picassiano.
Mi diestra no sabía cómo
empezar a escribir. La risa no estaba en sus planes. Cuando mi siniestra se
levantó del papel con la intención de acariciar el dorso de mi diestra, esta se
rebeló y muy diestramente, clavó el boli sobre su mitad demediada.
Cuando la sangre rodó por mi
mano y tiñó el blanco del papel, supe que el folio no se llenaría nunca, se
había detenido la inspiración... pero nunca llegué a saber qué parte de mí hizo
lo diestro y cuál lo siniestro.
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