SIGNOS
Rosario Curiel
«Ya el terreno estaba
sembrado de signos de pasadas batallas.»
El vizconde demediado, Italo Calvino
Una aguja atravesó su piel. Se oían voces en contra de posibles
anestesias. Recordó una cuchara cerca de sus labios apretados. «Debes comer»,
decía una voz. Pero ya no era boca. Era ojos y cama de hospital, ojos
asombrados ante la cuchilla que derramó la vida de sus venas. Era un río rojo y
muñecas vendadas, cicatrices nacidas a tramos de pura existencia, el vacío de
sus padres, el vómito eterno, la traición de aquel que le había prometido que
iban a ser felices hasta que la muerte… doctor, urgente, doctor, urgente,
electro, eran palabras que se mezclaban en su mente después de que decidiera
empezar de una vez por todas, y allí estaban él y su amiga, él y su relación
demediada, él y su manía de compartir la mano, el coche, la risa, el cuerpo.
Supo que en algún momento debería haber frenado la burla, la sopa de letras
vomitadas de su boca con las que él la desdibujaba, criticaba su amargura, su
media luna acostada en los labios, pero ya no había vuelta atrás: una nube de
gorros verdes se agolpaba ante su cara, mientras por fin veía en su cuerpo los
signos de una batalla en la que ella era vencedora y vencida. Dejó de
asombrarse. Estaba entre los vivos y los muertos, en una región difuminada en
la que podía verse desde arriba, sí, esa que se iba al otro lado, esa del alma
partida en dos que se observaba era ella, ella misma, lamentando no haber
adivinado antes los signos de la muerte que la acompañaban como el mejor de los
amantes.
Rosario
Curiel. Cultiva la poesía, el ensayo y el género
escénico, pero se define básicamente como novelista. Tiene cinco novelas
publicadas: la primera, El secreto de mi nombre, fue una de las
obras finalistas en el Premio de Novela Fernando Lara 1996. Memorias de la salamandra,
su última novela publicada, se situó entre las novelas finalistas en
el Premio Nadal 2006.
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