martes, 11 de noviembre de 2014

ESTIMADO PADRE, por Ángel Lara Navarro


Estimado padre:
Le escribo esta carta para despedirme de usted. Cuando lea estas líneas, estaré muerto. No se entristezca, le aseguro que es la decisión más meditada de mi ya acabada vida. Más adelante lo entenderá. Cuando el dolor se atenúe, difuminado con el paso de los días, se sentirá orgulloso de mí.
Seguramente ya habrá recibido la versión oficial, en estos casos la burocracia es más rápida que el estraperlo. Todo falso. Mi muerte no fue la de un héroe, al menos no la de lo que ellos entienden por héroe. No me abalancé sobre el enemigo y di mi vida por mi Patria. Me abalancé sobre el hijo de puta más grande que jamás he conocido, solo que el destino quiso que llevara mi mismo uniforme. Caeré bajo fuego amigo: me verán sin comprender, y me abatirán. Quizá, eligiendo cuidadosamente el momento, se quedarían petrificados, y ganaría unos segundos que salvarían mi vida, pero que no me librarían del Consejo de Guerra. No merece la pena, prefiero morir aquí, sin aspavientos ni humillaciones, sin rencores.
La vida en la trinchera es muy dura, acabas volviéndote loco. Días y días esperando y temiendo una batalla. Llega: sales, atacas, matas, sobrevives y vuelves. La rememoras una y mil veces, mil y una pesadillas, hasta que logras encerrarla, y entonces esperas y temes la siguiente.
Las ratas, las malditas ratas. Las miro una y otra vez, pero no consigo odiarlas. Las veo huronear, agazapadas entre los despojos, cobardes. Y no les veo a ellos, a nuestros enemigos. Veo a mis compañeros, repugnantes cobardes sin dignidad ni arrojo. Sí, padre, cobardes, como yo. Porque no estamos aquí defendiendo nada. Nuestras casas, nuestros campos, nuestras familias están lejos, a salvo. Pero las suyas no. Somos nosotros las alimañas que venimos a rapiñarles. Pero ¿por qué? ¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué hemos venido?
La respuesta es tan triste y repetitiva como obvia: por cobardía. A un tipo siniestro y ambicioso se le ocurrió que podría ser más poderoso si controlase esta parte del mundo. El coste, irrisorio: unas cuantas monedas de plata y unos miles de vidas ajenas. La Patria como excusa. Y a otros pocos tipos siniestros y ambiciosos se les ocurrió que podrían medrar a su abrigo. Y a varios miles de cobardes vidas ajenas no se les ocurrió la manera de decirles que no, que no matarían a personas desconocidas, que no destrozarían familias enteras, que no arrasarían cosechas... Porque entonces les llamarían cobardes, incluso podrían matarles por ello.
Y ya aquí, algunos, peores que las ratas, decidieron ensañarse. Y algunos, peores que alimañas, disfrutan haciéndolo. Así que mañana moriré, no merezco seguir vivo... pero no esté triste, padre, sepa que uno de ellos, tal vez el peor de todos, morirá conmigo.
Cuide de madre y de Elenita, necesitan de su fortaleza. Yo les estaré esperando arriba. Pero no tengan prisa, padre, tengo mucho en qué pensar.

Siempre suyo. 

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