Mi
adorada Cècile:
Ansío el momento de descanso para poder
escribirte. No puedes imaginar el orgullo que siento por haberme incorporado al
frente de batalla para luchar por Francia. Hoy estoy en retaguardia, esperando
impaciente el momento en que nos movilicen a la primera línea. Estoy en una
compañía de ciento cincuenta entre soldados y oficiales, la mayoría jóvenes
como yo. El tiempo pasa rápido porque tenemos muchas actividades a lo largo del
día y en los momentos de descanso podemos escribir, jugar a las cartas o, hacer
dibujos de la vida aquí.
Si pudieras ver con tus
ojos el maravilloso entorno que nos rodea…¡Y pensar que nos lo quieren robar
esos malditos boches! Pero descuida y
no te preocupes porque no se lo consentiremos. Nosotros estamos bien protegidos
en trincheras que cavamos para ocultarnos del peligro y donde tenemos todo lo
que necesitamos. ¡Hasta el cocinero se acerca con la olla para darnos de comer!
Cuando estamos más cansados y sentimos que flojea nuestra entereza, cantamos a
coro marchas que nos hacen salir el corazón por la garganta.
Por las noches, vemos
bengalas que cruzan los cielos iluminando el horizonte y sabemos que pronto
podremos regresar y podré abrazarte. Dile a mi madre que puede estar orgullosa
de su hijo amado y que siga enviándome tabaco ya que va escaseando. Si te
cuentan que en la batalla del Somme ha habido muchas bajas y heridos, no te
apures querida Cécile, porque hay buenos médicos y enfermeras que,
pacientemente, van atendiendo a los heridos que se recuperan sin dificultad.
Yo mismo he sido
atendido de una herida que me ha fastidiado un poco, pero, gracias a mi querido
amigo Edouard, ya estoy recuperado. Ahora tengo grandes planes para la vuelta.
Estoy dándole vueltas a una idea que tengo y que te contaré más adelante cuando
esté más madura.
Acaban de pasarme el periódico de trincheras
que escribimos en el frente cada semana. Te aseguro que es un gran trabajo,
tanto por los artículos que nos hacen reír o soñar como por los dibujos,
algunos de gran calidad a pesar de los escasos medios con que contamos. Hoy
trae buenas noticias. Parece que acaban de reclutar más jóvenes para esta
compañía, lo cual siempre es bienvenido aquí. Porque ya quedamos solo treinta.
Ayer hubo una terrible masacre. ¡Esos demonios de boches! Estoy hasta las cejas de barro. Barro sucio y pútrido que
me provoca nauseas al respirar. Dormimos encima de los muertos para protegernos
de las mordeduras de las ratas. Y yo, con la pierna entablillada. Quieren que
avancemos a cuerpo descubierto ante una línea de cañones que no cesan de
disparar. Mil toneladas de proyectiles de artillería al día. Toda la tierra
está muerta y herida. Llena de cráteres en los que si caes ya no puedes salir y eso si aún
respiras. Carrera hacia una muerte segura. Esto no es lo que nos habían
contado. Esto no es lo que nos habíamos imaginado. Muchos de los soldados se
pasan el día tiritando o llorando y gritando o son presa de convulsiones
incontroladas. Y cuando llega el gas… es lo que más tememos. Ese gas que te
quema los ojos y los pulmones. Esto es un verdadero infierno. No puedo imaginar
nada peor. No lo soporto más. Ayer me caí en el cráter de un obús y han pensado
que quería esconderme, aunque creo que alguien me empujó. El caso es que me han
llevado a juicio. Así que serán las balas de mis propios compañeros y
compatriotas las que acaben con mi vida. Qué más da.
Te quiere tú siempre enamorado Albert.
PD.- Te pido un grandísimo favor: Dile a
mi madre que me hicieron teniente. No, mejor, capitán.
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